martes, 12 de julio de 2016

El ojo del toro

 
Divagaciones lingüístico-mitológico-astronómico-literario-musicales alrededor de un término descriptivo en inglés (bull’s eye), con frecuencia traducido erróneamente como «ojo de toro».

Aldebarán es uno de los más antiguos nombres de origen árabe usado en occidente para llamar a una estrella, utilizado aproximadamente desde el siglo X.  Al-dabarān, que posiblemente significa  «el perseguidor» (no confundir con el cuento del mismo nombre, escrito por Julio Cortázar, en el que su personaje principal, Johnny Carter, persigue el sentido de su existencia a través de su música, en una clara alusión al insigne saxofonista Charlie Parker), hace referencia a su aparente seguimiento del grupo estelar conocido como Las Híades.
Hay cierta confusión alrededor de los mitos que explican algunos de los personajes que llegaron a ocupar un digno lugar en la esfera celeste. Así, las Híades, hijas de Atlas y Etra, son medio hermanas de las Pléyades, también hijas de Atlas, pero esta vez con Pléyone, y se encuentran todas en la misma región del cielo nocturno, junto con
Aldebarán, que corresponde a la estrella principal de la constelación del toro, y equivale, para algunos, al ojo enrojecido de este furioso animal, el ojo del toro. Este animal logró su lugar en el cielo gracias a que el dios Zeus, en una de sus muchas salidas amorosas, se disfrazó como un toro blanco y manso, con el único fin de acercarse y raptar, con intenciones no muy mansas, a la bella princesa Europa. Otra leyenda cretense hace referencia al monstruo mitad toro y mitad hombre, supuestamente hijo de Minos, el minotauro, a quien Teseo dio muerte.
En dimensiones astronómicas, el que algunas estrellas estén «juntas», no significa que sean vecinas. La estrella Aldebarán está a unos 65 años luz de Las Híades, aunque desde nuestro punto de vista parezca posible que una persiga a las otras.
A propósito, años luz es una medida de distancia, no de tiempo. Se refiere a la distancia que es capaz de recorrer la luz, a sus casi 300,000 km por segundo, en un año. Por ello, referirse a un retraso tecnológico en «años luz» no tiene mucho sentido, pues significaría algo distante (más de unos cientos de miles de millones de kilómetros), no algo para lo que hace falta esperar un tiempo.
Pero volvamos a la región donde se encuentra la constelación Tauro, que es de gran importancia para los astrónomos y de gran belleza para los aficionados. Por su transcurrir aparente a lo largo de la línea conocida como la eclíptica, es común que puedan verse los planetas en este vecindario celeste, el mismo por donde también se mueven las demás constelaciones del bestiario imaginario conocido como zodíaco. En esa región del cielo se encuentra una de mis constelaciones favoritas, la de Orión, el cazador. Por su condición mitológica, también parece carecer de sentido cualquier atribución o supuesta capacidad de influir sobre nosotros que se haga a los gigantescos acúmulos de gases que corresponden a las estrellas que sólo desde nuestro punto de vista adquieren formas diversas.
La historia de las mujeres que escapan de la persecución es común a diferentes culturas. Así, para la tribu indígena norteamericana Kiowa, Las Pléyades (constelación que para los japoneses se llama Subaru, lo que explica el logotipo estrellado de esos automóviles) escapaban de un oso, y fue la Tierra la que ayudó a elevarlas al cielo. Los vestigios de esta leyenda corresponden a una montaña conocida por esos indígenas como Mateo Tepe, que hoy parece corresponder a La Torre del Diablo en el estado de Wyoming. Algunos especulan que los aztecas alinearon su Pirámide del Sol con Las Pléyades. Como podría esperarse, los egipcios también observaron con interés este acúmulo de estrellas.  
Diana, la diosa cazadora de la mitología romana, fue quien ayudó a estas mujeres a escapar de su cazador, Orión, conviertiéndolas en palomas. Al centro de la diana o blanco usado para practicar la puntería, se le conoce en inglés como bull’s eye, mientras que en francés hace referencia a un buey, oeil de boeuf. Se ha relacionado el uso de esta expresión con la arquería, con la supuesta práctica de usar cráneos de vacunos para tratar de dar en el ojo de los mismos, como señal de buena puntería. En inglés se usa también para denominar otros objetos cuya forma  semiesférica podría recordar a la del ojo de ese animal. En inglés parece encontrarse desde el siglo XIX en referencia a piezas de vidrio usadas en lentes y lámparas, así como a algunas claraboyas y ventanas circulares de los barcos, que también conocemos en español como «ojos de buey». 
La expresión bulls’eye o bullseye, escrita como una sola palabra, se usa en inglés para significar que se ha «dado en el blanco», no solamente en forma literal, como en los polígonos de tiro, sino como sinónimo de atinar o como analogía de un objetivo que se logra tal y como se había planeado, cuando se ha resuelto un problema, o con el significado de algo exitoso. Sin embargo, como es obvio, en español nunca se dice «ojo de toro» como alternativa a diana, blanco u objetivo, o como sustituto para la expresión «dar en el blanco» o sus variantes.
En el argot de las imágenes diagnósticas, a veces nos encontramos con lesiones cuya apariencia es la de estructuras concéntricas de diferente tono en una escala de grises, que recuerdan, precisamente, a un tiro al blanco o una diana.
En inglés y en español, se refieren a lo mismo, sólo que no se dicen igual, ni se deben traducir literalmente. Del español blanco, diana o tiro al blanco, podemos decir target o bullseye en inglés; del inglés bullseye no se puede llegar, sino como muestra de ignorancia idiomática, al ojo del toro.


Lecturas recomendadas
Hewitt-White, K: Patterns in the Sky. An introduction to stargazing. New Track Media LLC. Sky Publishing, Cambridge 2006.

Hewitt-White, K. The Pleiades: a star cluster for everyone. Nightsky 2004; 1:30-34.

Flanders, T: The Bull of Heaven. Nightsky 2004; 1:20-22.

Kunitzsch P, Smart T: A Dictionary of Modern Star Names. New Track Media LLC. Sky Publishing, Cambridge 2006.

McDonald M: Tales of the Constellations. The myths and legends of the night sky. Michael Friedman Publishing Group, New York, 1986.


Publicado en el número 43 de Panace@, la Revista de Medicina y Traducción.
 http://www.tremedica.org/panacea/PanaceaActual.htm.