domingo, 13 de septiembre de 2015

Otro año de lecturas

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El año pasado terminamos con la lectura de otra biografía imaginada de Bernhard. Este nuevo ciclo comenzó con La pequeña ciudad donde el tiempo se detuvo del genio de Bohumil Hrabal, oriundo de una nación que cambió de nombre y sufrió los estragos de las guerras mundiales. Aunque nació en una ciudad de Moravia, su país cambió durante su niñez a ser Checoslovaquia, que luego se convirtió en la república Checa. Como en otras de sus novelas, el conflicto, que estuvo siempre presente en su vida,  está también en esta obra, que es narrada desde el punto de vista de un niño, quizá el mismo autor, que presencia el paso del tiempo en una ciudad donde éste parece no pasar. Según Hrabal: “Allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios. Por otro lado, ellos sienten orgullo por las mismas cosas que yo, es decir, por los pormenores cotidianos de la vida.”
Pero Hrabal no falla. Describe personajes que parecen irreales, en medio de la invasión nazi, que hace parte de la cotidianidad. Con humor, y con el punto de vista inocente y sincero del narrador, una voz infantil describe ese tiempo que cambia las cosas, así como cambió al país del escritor, sin necesidad de moverse, casi como si el tiempo no surtiera efecto sobre sus personajes, su ciudad y sus problemas.

Seguimos con una novela de misterio, que se desarrolla alrededor de una historia de amor, La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón. Tiene personajes pintorescos, muy bien descritos, que narran el transcurrir de la vida de unos adolescentes hasta que llegan a la adultez, en medio de una trama llena de sorpresas y de secretos revelados, con intrigas  que se mantienen a lo largo del relato. Es también una historia del apasionamiento por la lectura y de los secretos encontrados en los libros, que es paralela a la historia de vida de unos muchachos que crecen en una Barcelona impregnada por el conflicto civil. Este relato es el primero de una saga de novelas que en conjunto hacen parte de El Cementerio de los Libros Olvidados. La historia comienza con el niño que encuentra un libro que lo atrapa, precisamente “La Sombra del Viento”, y se entrelaza con la del autor de esa obra. El tejido de los dos relatos resulta convincente, lleno de sorpresas y con muy detalladas descripciones de los personajes de las dos historias.
Una novela en la que el gusto por la lectura hace parte imprescindible de la narración: “Me crié entre libros, haciendo amigos invisibles en páginas que se deshacían en polvo y cuyo olor aún conservo en las manos”. La manera de incluir historias dentro de las historias se ha comparado con las  matrioskas o mamushkas, esas muñecas rusas que se guardan una dentro de la otra.

De Patrick Modiano,  recientemente galardonado con el premio Nobel de literatura, seguimos con La calle de las tiendas oscuras. Otra novela de tinte misterioso, esta vez por un personaje que ha perdido la memoria de su origen y que emprende un viaje en busca de su propia historia. “Un amnésico que se hace pasar por detective privado inicia la investigación más importante de su vida: averiguar quién es. Es la pesquisa de una identidad perdida, emprendida por un personaje  cuya frágil memoria lo hace el peor candidato para reconstruirla. Algunos de sus recuerdos parecen ajenos, ya que él no se identifica en las imágenes que guarda en su memoria, algunas de las cuales son prestadas, obtenidas de fotografías o de momentos escuchados o vividos por otros.  Un relato que puede confundir con los fragmentos que el mismo protagonista no logra descifrar y que lleva al lector a participar del enigma para ayudar al personaje principal a encontrarse a sí mismo.

La siguiente lectura resultó decepcionante. Regresos, de Luis Fayad, es el relato de un antropólogo que regresa al país luego de varios años de exilio académico, y se encuentra con que las promesas de trabajo resultan ser obstáculos que debe tratar de superar para mantener su cargo. El desarrollo de sus personajes es pobre, y el protagonista es pusilánime, incapaz de resolver su situación de vida o de encontrar respuestas para salir del laberinto burocrático. Una historia que parecía tener futuro en las primeras páginas resulta aburridora y lleva a detestar al protagonista de un relato sin mayores sorpresas y con un desenlace igual al personaje, conformista y banal. Quizá sea una obra autobiográfica, en cuanto que el autor había franquista, con personajes e la españa de historiastoria y a encontrar un punto comcontinuar hasta el final para resolver lo smiaaadejado de producir, en una historia que podría asimilarse a la de la ausencia del personaje, quien al final tampoco es capaz de obtener el resultado esperado. Otra vez vuelve a ser claro que la industria literaria puede caer en la trampa del mercadeo, sin que parezca importarle conseguir elogios, quizá autofinanciados, para que un lector desprevenido quiera comprar algo que realmente no vale la pena. En ese caso, prefiero que la contraportada contenga una somera descripción de la trama, que una sarta de elogios sin fundamento, excepto el de un interés comercial.

De regreso a la península ibérica, con una escritora de Bilbao, Marian Izaguirre, con La vida cuando era nuestra. De nuevo, varias historias entrelazadas, la de la amistad de dos mujeres, y la historia de cada una, así como la historia que es el libro que ambas leen juntas. Otra narración tejida a partir de la fascinación por los libros, también atravesada por el conflicto, en este caso el de la guerra civil española. Tiene ingredientes de suspenso y de sorpresa, con un relato efectivo que lleva a continuar hasta el final para resolver los misterios de cada historia y a resolver el presente y el pasado de cada una y a encontrar un punto común, con un buen desenlace. Enmarcada en el contexto de la España franquista, con personajes que están en contra del régimen y que han sufrido y han tenido que esconderse por sus convicciones. Un libro dentro de un libro, con personajes bien caracterizados  que requieren de por lo menos dos narradores y dos tiempos, con un tercer tiempo donde confluyen las tres -¿o dos? historias paralelas. Otro homenaje a la lectura, que a la vez es un homenaje a la amistad.

Las partículas elementales, de Michel Houellebecq, se constituye en una fuerte crítica a quienes se creyeron protagonistas de la revolución política, literaria y vital del 68. Se basa en dos hermanastros que comparten el abandono de su madre, quien prefirió una comuna hippie a su crianza, pero que terminan en áreas disímiles. Uno es un científico renombrado, que sufre una crisis vital, el otro es un “virtuoso del resentimiento”, un profesor de literatura obsesionado por el sexo y la pornografía. Aunque parecen distantes, los hermanastros tienen mucho en común. Houellebecq tiene un humor negro y hace sus críticas con sarcasmo.  Describe detalladamente la búsqueda de cada hermano por una vida mejor, en medio de sus crisis ideológicas. Trata con cinismo temas conflictivos como las relaciones entre hombres y mujeres, la religión, el sexo, la felicidad, el bien y el mal. Su relato transcurre por todos los tiempos, desde el pasado hasta el futuro, donde los hombres, casi como consecuencia de los aportes del biólogo, se convierten en una raza superior, feliz, que ha llevado a algunos críticos a comparar este relato con el de Aldous Huxley.

¿Quién mató a Cristián Kustermann?, de Roberto Ampuero, es otro
relato que parecía prometedor al principio, dado el misterio de un asesinato que el padre de la víctima pretende esclarecer para resarcir el nombre de su hijo, pero acudiendo a un detective que parece debutar en esta novela, para seguir siendo protagonista en otras obras de Ampuero, obras que, la verdad, no dan muchas ganas de conocer después de ésta. Tiene suspenso e intriga, el detective es un personaje interesante, y la novela tiene unos apartes que sorprenden y atrapan, pero que al final, cuando se trata de resolver un enredado conflicto que incluye increíbles conexiones internacionales, la solución parece poco convincente, casi como si la trama no hubiera sido resuelta por las capacidades deductivas del detective, sino como por arte de magia.

De un relato simple y poco convincente, pasamos a la erudición de Umberto Eco, con su novela Número cero. En lugar de una trama gótica, escoge un escenario moderno, dentro del mundo periodístico. Un proyecto que parece inverosímil, un periódico que no sirve para ser publicado sino para chantajear a los grupos de poder, pero que es dirigido según la ética del propietario, amoldada a sus preferencias y necesidades. Para este singular periódico, son reclutados los personajes de esta historia, cada uno con grandes capacidades, que sirven para el propósito de construir noticias con intenciones perversas. ¿Fue un doble realmente quien fue linchado en lugar de Mussolini? ¿Son realmente teorías las conspiraciones, o son historias creadas para que el público suponga que son invenciones?
Con una incisiva crítica política y con una muestra de cómo la historia puede ser manipulada, los personajes de este periódico se enredan en una trama de suspenso y persecución, donde hay muertes y paranoias que parecen un reflejo convincente de lo que sucede en los círculos de poder.

El ciclo se cierra con Tríptico de la infamia, de Pablo Montoya, obra con la cual el colombiano ha sido galardonado con el premio Rómulo Gallegos. Es un homenaje al arte, que en algún momento recuerda obras que son hitos del arte pictórico flamenco, pero que  realmente se centra en tres artistas que relatan en sus obras los horrores cometidos en nombre de la religión en el siglo XVI, tanto en Europa como en la recién descubierta América. Una narración de tinte histórico, con tres narradores distintos, cada uno correspondiente a uno de los artistas que plasmó la muerte y la masacre en sus obras. El cuarto narrador es el mismo autor, que en momentos se inmiscuye en el relato y se nos presenta como un personaje que logra meterse tanto en su investigación de esta faceta macabra del arte, que llega al punto de ver y seguir uno de estos artistas por las calles de una ciudad alemana, a pesar de los siglos que los separan.
El primer pintor es Jacques Le Moyne, quien viaja a América y es conmovido por el arte indígena, y sufre en carne propia las heridas de una guerra de conquista en la que los conquistadores terminan combatiendo entre ellos, hasta que logra escapar, con una pequeña muestra de sus obras, para volver a Europa. El segundo pintor es François Dubois, quien dedica su talento a una obra que revela los desgarradores detalles de la masacre de San Bartolomé, por la persecución de los protestantes de parte de los fanáticos católicos, ocurrida en París en 1572. El último artista de este tríptico es el grabador Théodore de Bry, quien conoce y copia la obra de Le Moyne y es profundamente afectado al conocer la pintura de Dubois. Aunque De Bry nunca viaja a América, se inspira en la Brevísima relación de la destrucción de Indias, de Fray Bartolomé de Las Casas, para ilustrar la infamia de la conquista española. Sus grabados muestran los detalles de las torturas y matanzas de los españoles católicos, que él nunca vió. Un relato intenso y conmovedor, tanto por los sentimientos que inspira hacia el arte, como por la detallada descripción de las obras que los tres artistas elaboran como crítica a los tiempos de horror. El tríptico es una crítica a los poderes religioso y político cuyos intereses llevaron al genocidio de millones de nativos, pobladores originales de este continente. Una obra especialmente fascinante para quienes gusten del arte y de la historia. Una muestra de una profunda investigación acerca de las vidas de estos tres personajes, que tienen en común su protestantismo y que confluyen en la obra del tercero de ellos. Una novela histórica muy bien fundamentada y descrita con gran elocuencia.