martes, 8 de mayo de 2007

Latinissimus

Otra entrega de El poder de la palabra, esta vez sobre el (mal) uso de los términos técnicos originados en el latín.

El idioma latín, considerado «lengua muerta» excepto en el Vaticano, en donde aún es oficial, fue en su tiempo el idioma científico por excelencia. Tanto, que durante siglos se latinizaron hasta los nombres de las personas, quizás en busca de un prestigio mayor del merecido. Al naturalista sueco Carl Von Linné, cuyo nombre latinizado es Carolus Linnaeus, se le atribuye la paternidad de la taxonomía moderna, ciencia que dicta las normas para clasificar los seres vivos de una manera jerarquizada y unificada. La nomenclatura binomial de Linneo (forma castellanizada del mismo nombre), que data del siglo XVIII, consta de dos términos descriptivos principales para cada organismo. El primero, que corresponde al género, se escribe siempre con mayúscula inicial. El segundo, un epíteto específico, siempre se escribe con minúscula inicial. Ambos se escriben en latín o con términos latinizados, y se usan para nombrar todas las especies de fauna y flora. Así, se escribe Staphylococcus aureus, nunca Aureus, y Proteus mirabilis, no Mirabilis. Puesto que los nombres de ambos microorganismos tienen equivalencias en español, ¿por qué no llamarlos estafilococo dorado y próteo, respectivamente? Sería más coherente que insistir en darles nombres híbridos o mal escritos, como «estafilococo albus», que no es sólo una combinación innecesaria de español y latín, sino que representa la nomenclatura antigua, siendo ahora el nombre oficial Staphylococcus epidermidis. Ocurrencia exclusiva de los Homo sapiens, ésta de mantener nombres científicos que la misma ciencia ha descartado, como en el clásico ejemplo del Macaca mulatta, nombre correcto para el pequeño y famoso primate que insistimos en seguir llamando Macacus rhesus (1). Otro ejemplo de confusión en la nomenclatura es el de algunos organismos del género Proteus, a los que se les considera hoy en día como miembros de un nuevo género, el Providencia, como en el caso de la especie Providencia alcalifaciens.
Aunque con frecuencia es mal utilizada, y puede parecer muy compleja, la nomenclatura taxonómica es sencilla, si se compara con la gramática latina. Los sustantivos, adjetivos y pronombres en latín tienen tres géneros (masculino, femenino y neutro), dos números (singular y plural) y seis casos: nominativo, vocativo, acusativo, genitivo, dativo y ablativo. Cinco declinaciones modifican a sustantivos y adjetivos. Ni qué decir de los verbos: tres personas del singular y otras tantas del plural, tres modos y dos voces. Los tiempos son el presente, imperfecto, perfecto, pluscuamperfecto, futuro imperfecto y futuro perfecto, los modos dependen de las voces: además del indicativo, subjuntivo e imperativo en ambas voces, para la voz activa están el infinitivo, participio, gerundio y supino, mientras que para la pasiva existen infinitivo y participio. Las conjunciones coordinantes son cinco: copulativas, disyuntivas, adversativas, causales y conclusivas, pero las subordinantes son siete: causales, consecutivas, finales, comparativas, condicionantes, concesivas y temporales. ¡Y el latín es considerado por algunos lingüistas como «fácil», si se compara, por ejemplo, con la gramática de la lengua indígena norteamericana navajo (2)!
Para su uso en español, se han castellanizado varios términos latinos, y se siguen usando, con dudosa propiedad, palabras y frases en el lenguaje original del extinto imperio romano. Es así como escribimos un memorándum (3), o estructuramos un currículo(4), aunque a veces no tengamos claro como decirlos en plural, sin perder el aire de importancia que les confiere el idioma latín.
Y aunque siempre hacemos los mismos cortes escanográficos en el cráneo, rara vez se dice que nuestro examen incluye desde el basis, aunque casi siempre se termina el estudio cerebral en el vertex. Digo yo, si comenzamos en la base, ¿no sería más congruente terminar en el vértice? Lo mismo aplica para cervix y hallux, como si sonaran menos científicos sus nombres en español, cuello uterino (que no cerviz), y dedo gordo (no pulgar). Y apex, varus, valgus, cor y lumen son todas palabras con equivalencias en español que se olvidan, dando paso a híbridos innecesarios como «genu valgo» o «cor anémico». El hueso sesamoideo que en latín se llama patella es el mismo que en español conocemos como rótula. Los intestinos y otras estructuras tubulares tienen luz en español, lumen en latín. En español, y en latín, versus significa «hacia» y no «contra», como en el inglés, idioma en el que es común usarlo para anunciar contiendas entre gladiadores, perdón, boxeadores. El que en inglés se haya sufrido del ataque de pereza mental que evitó el uso del término completo adversus, no significa que tengamos que trasladar el error al español, en una muestra de pedantería, que en este caso bien podría llamarse esnobismo, término aceptado —¿innecesariamente?— por la Real Academia Española desde 1970 (1). Foramen se dice agujero, omentum es epiplón, y, ¡por favor!, circunvolución, cir-cun-vo-lu-ción, nunca «giro», inaceptable «giro idiomático» de gyrus. El pecho no es «pectum», sino pectus, como en el pectus carinatum, al que llamamos en español «tórax en quilla». Helix significa hélice y «helical», adaptación del inglés, se traduce helicoidal.
La cosa se complica con los géneros y números: el pus, los nomina anatomica. Crura es el plural de crus, y es de género neutro: quien dice «la crura diafragmática derecha», cae en el ridículo cuando conoce la traducción de su balbuceo seudolatinizado: «la pilares diafragmática derecha». ¿Quiso decir crus derecho, aunque se trate de un sustantivo neutro? Yo recomiendo «pilar diafragmático», en español sencillo y sin riesgo de incongruencias. Pero, como en el inglés se adoptan los términos latinos, a algunos les parece necesario —y hasta congruente— que copiemos esta importante tradición, aunque sea ajena a nuestra cultura. Así, llegamos al extremo de usar siglas en latín cuyo significado real no siempre conocemos, y escribimos fórmulas de medicamentos que deben tomarse qd (quaque die) o cada día, y tid (tertie in die) en vez de «tres veces al día», o c/8h, sigla que no necesita aclaración, y resulta más precisa, si han de tenerse en cuenta algunos principios farmacocinéticos. Aunque he visto prescripciones que rezan qid (quater in die), me sorprendería ante la erudición de quien escriba su equivalente qds (quater die sumendum) (1). Claramente, qod es un híbrido anglolatino (quaque other day) que no es castizo ni en inglés, y que trasladamos a nuestras historias clínicas, quizás para dar la impresión de que no trabajamos en un hospital, sino en una serie televisada. Por razones que van más allá de mi comprensión, parece que no hace falta formular para la noche (bis in nocte)...
La cavidad que se forma entre los septos pelúcidos (un septum pellucidum, dos septi pellucidi) no se llama cavum septum pellucidum, como aparece erróneamente en algunos textos de anatomía, sino cavum septi pellucidi (5), y no por tratarse de un número plural de septos (septi), sino por ser un caso genitivo, es decir, posesivo, que traduce «cavidad de los septos pelúcidos», expresión que recomiendo para quienes hayan sobrevivido hasta este punctum.

Bibliografía
1.Navarro, FA.: Diccionario crítico de dudas inglés-español de medicina. McGraw-Hill Interamericana, Madrid, 2000.

2.Bernárdez, E.: ¿Qué son las lenguas? Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1999.

3.Agencia Efe, S.A.. Manual de Español Urgente. 13ª. Ed. Ediciones Cátedra, Madrid, 2000.

4.Sol, R. Palabras Mayores. Diccionario práctico de la lengua española. Ediciones Urano, Barcelona, 1996.

5.Ronai, P.M.: Nominal Dysphasia. AJR 1992; 159: 1198.

Publicada en: Boletin Imágenes, Asociación Colombiana de Radiología 2003; 9(4)